Honduras: ese pequeño pueblo centroamericano que está dando una batalla urgente por el futuro y la esperanza de toda la humanidad[1]



Por un lado la dignidad de un pueblo, la determinación de una lucha colectiva, la necesidad imperante de vivir sin miedo y en libertad. Por otro la barbarie de la violencia, la violación sistemática de las libertades democráticas y la mirada cómplice de los poderes trasnacionales que se benefician de gobiernos autoritarios que les abren las puertas para saquear y explotar.


En Honduras no solo se están disputando los resultados de las pasadas elecciones presidenciales, se trata ante todo de la disputa entre dos cosmovisiones del mundo, una basada en la discriminación y la violencia para enriquecer y mantener los privilegios de una minoría y otra que apuesta por una sociedad que ponga en el centro la igualdad y el cuidado de todos los seres.

Pero ¿qué pasa en Honduras? y ¿por qué debe importarnos? El principal antecedente de la actual crisis política es sin duda el Golpe de Estado consumado en 2009, tal y como lo explica la Plataforma del Movimiento Social y Popular de Honduras:

Honduras fue el terreno elegido en 2009 por la derecha neoliberal del continente, y sus socios transnacionales a nivel mundial, como laboratorio donde experimentar sus políticas represivas cuando sintieron que los intereses de su proyecto global estaban en riesgo. Los movimientos sociales y populares no logramos contrarrestarles en aquel momento y su golpe de estado se consumó y, desde entonces, se consolidó…En Honduras, aquel éxito que obtuvieron en 2009 trajo consigo el aumento sustancial de la corrupción estatal, el saqueo de las ya de por si débiles instituciones del estado y sobre todo un nuevo modelo de gobernanza que relaciona represión, inseguridad, narcoactividad, asesinatos, desapariciones, torturas, amenazas, desigualdad, pobreza y la venta a pedacitos del territorio nacional...[2]

El impacto de este Golpe de Estado en Latinoamérica no se hizo esperar, en los años siguientes se sucedieron los llamados “golpes suaves” o  “golpes institucionales” en países como Ecuador, Paraguay y Brasil, todos con la aprobación de la comunidad internacional. Sin embargo, ante este escenario de regresión autoritaria los movimientos sociales no han sucumbido al miedo. En Honduras, importantes luchas de resistencia se extendieron por todo el país: el pueblo lenca y garífuna defendió sus territorios de las trasnacionales extractivas, cientos de miles de personas salieron a las calles para protestar contra la escandalosa corrupción en las llamadas “Marchas de las Antorchas” y las feministas siguieron denunciando el femicidio en un país donde una mujer es asesinada cada 16 horas.

La movilización y la enorme capacidad de resistencia del pueblo hondureño se dio en medio de una constante y mortal represión. El asesinato de la compañera Berta Cáceres fue la terrible expresión de una realidad cotidiana de criminalización, amenazas y asesinatos contra activistas en todo el país. Además de la violencia de Estado, y para perpetrarse en el poder, el gobierno golpista promovió una resolución judicial que le permitiría al presidente en turno, Juan Orlando Hernández, ser reelegido a pesar de estar prohibido en la Constitución.

Con este escenario se llegó a las elecciones presidenciales del pasado 26 de noviembre. Si bien se trataba de unas elecciones a todas luces fraudulentas cuyo principal objetivo era asegurar la reelección del actual presidente, la gente salió de sus casas, voto y contra los pronósticos del gobierno otorgó su voto de forma masiva a una alianza opositora. Como diría mi compañera hondureña Daysi Flores, salir a votar fue un acto resignado para dejar constancia de (la) inconformidad con una reelección impuesta a punta de corrupción, horror y muerte”.

En la primera emisión de resultados el Tribunal Superior Electoral (TSE) tuvo que reconocer que la alianza opositora no solo llevaba la delantera sino que los puntos que le separaban del partido oficial marcaban una tendencia ganadora difícil de cambiar. Luego el TSE tardó cuatro días en pronunciarse nuevamente y cuando lo hizo presentó unos resultados que daban como vencedor al actual presidente.

La movilización social contra el fraude no se hizo esperar: tomas de carreteras, manifestaciones masivas, “cacelorazos” en barrios, el pueblo hondureño una vez más perdió el miedo y salió a expresarse en las calles. Tampoco se hizo esperar la represión y la violencia del Estado. Como lo denunció la Federación Internacional de Derechos Humanos[3] el asesinato de 14 personas, las decenas de herid@s y detenid@s en el marco de las protestas, la declaración de estado de sitio, la suspensión de garantías individuales y el establecimiento de toque de queda para prohibir toda manifestación, mostraron un grave deterioro y violación de los derechos humanos.

Sin embargo y a pesar de la urgencia y la gravedad de la situación, la respuesta de la Organización de Estados Americanos y las potencias mundiales, incluida la Unión Europea, fue sumamente tibia, sobre todo si la contrastamos con la forma en la que han venido reaccionado ante la situación en otros países como Venezuela. Aunque finalmente la OEA emitió un comunicado reconociendo las graves irregularidades del proceso electoral y llamó a unas nuevas elecciones[4], esta falta de contundencia en la reacción de la comunidad internacional hizo visible la tendencia global de normalizar la regresión autoritaria. Los grupos en el poder que han usado históricamente el racismo, la misoginia y el odio para mantener sus privilegios parecen estar dispuestos a todo con tal de perpetuarse en el poder.

Por ello lo que pasa en Honduras debe importarnos, no solo porque nos duele el sufrimiento que está viviendo un pueblo y por el respeto y admiración que debe causarnos su enorme capacidad de resistencia, sino porque nuevamente Honduras es el cruel laboratorio del modelo de muerte que se pretende imponer en todo el mundo. Honduras no está tan lejos de la realidad del Estado español cuando vemos que se recortan derechos sociales, se restringen libertades políticas y se justifica la represión policial, la criminalización de la protesta social o las violencia contra migrantes.

Pero sobre todo debe importarnos porque lo que pasa en Honduras, como en muchos otros territorios, deja al descubierto la farsa de la democracia actual. Como dijo la activista y poeta hondureña Melissa Cardoza “no encuentro en el modelo de democracia patriarcal nada que pueda contribuir a la emancipación de las mujeres, nacidas o vividas como tales... Considero que sigue siendo un ejercicio profundamente masculino en el que se cambian de lugar los mismos argumentos y hasta los mismos nombres y apellidos por siglos, ofertas e ilusiones que no tocan las estructuras que producen esta desesperanza en la que sobrevivimos”[5].

Por eso Honduras nos debe doler y activar, ese pequeño pueblo centroamericano esta dando una batalla urgente por el futuro y la esperanza de toda la humanidad.





[1] Marusia López Cruz
[2] Plataforma del Movimiento Social y Popular de Honduras. Carta Publica desde Honduras en resistencia a las organizaciones sociales y populares de América Latina: La historia no debe repetirse http://www.entrepueblos.org/index.php/2973-ddhh-honduras-4

[3] Honduras: Ante permanencia de crisis electoral, la OEA y la Unión Europea deben tomar medidas firmes https://www.fidh.org/es/region/americas/honduras/honduras-ante-permanencia-de-crisis-electoral-la-oea-y-la-union#

[4] Comunicado de la Secretaría General de la OEA sobre las elecciones en Honduras http://www.oas.org/es/centro_noticias/comunicado_prensa.asp?sCodigo=C-092/17

[5] El Voto Feminista. http://radioprogresohn.net/index.php/divider/item/3984-el-voto-feminista